Energía con gas natural: ¿Solución o problema climático?

Un hombre contempla la industria al atardecer

El gas natural ocupa una posición ambigua y controvertida en el panorama energético global. Presentado a menudo como un combustible de transición, se le considera una alternativa más limpia que el carbón y el petróleo.

Esta percepción se basa en que su combustión genera aproximadamente la mitad de dióxido de carbono (CO2) que el carbón para producir la misma cantidad de energía.

Sin embargo, esta visión simplificada oculta una realidad mucho más compleja. El ciclo de vida completo del gas natural, desde su extracción hasta su consumo final, está plagado de desafíos medioambientales significativos.

El principal de ellos son las fugas de metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el CO2 en el corto plazo.

Este hecho pone en tela de juicio su verdadero papel en la lucha contra el cambio climático.

Por tanto, la pregunta fundamental persiste: ¿es el gas natural un puente necesario hacia un futuro renovable o un obstáculo que perpetúa nuestra dependencia de los combustibles fósiles y agrava la crisis climática?

Navega por nuestro contenido 💡

El Impacto Oculto del Metano: Más Allá del CO2

Cuando se evalúa el impacto climático del energia con gas natural, el debate suele centrarse en las emisiones de CO2 durante su combustión. No obstante, el problema más grave y a menudo subestimado ocurre mucho antes: en las fugas de metano.

El metano (CH4) es el componente principal del gas natural y un gas de efecto invernadero con un potencial de calentamiento más de 80 veces superior al del CO2 en un horizonte de 20 años.

Estas fugas, conocidas como emisiones fugitivas, se producen en toda la cadena de suministro. Ocurren durante la perforación y fracturación hidráulica (fracking), en las plantas de procesamiento, a lo largo de miles de kilómetros de gasoductos y en las instalaciones de almacenamiento.

Según la Agencia Internacional de Energía (IEA), la industria de los combustibles fósiles es responsable de la emisión de aproximadamente 72 millones de toneladas de metano cada año, una cifra que tiene un impacto climático comparable al de todas las emisiones de CO2 del sector del transporte mundial.

Este deslizamiento de metano a la atmósfera socava seriamente las credenciales del gas natural como combustible limpio. Algunos estudios sugieren que, si la tasa de fuga supera un umbral del 3%, el beneficio climático del gas sobre el carbón desaparece por completo.

Tecnología para la Detección y Mitigación

Afortunadamente, el problema de las fugas de metano no es insuperable. La tecnología actual ofrece herramientas cada vez más sofisticadas para detectar, medir y reparar estas emisiones de manera eficiente.

La monitorización por satélite se ha convertido en una solución revolucionaria. Satélites equipados con espectrómetros avanzados pueden identificar grandes columnas de metano desde el espacio, señalando la ubicación exacta de las fugas masivas, a menudo en infraestructuras remotas.

A nivel local, se utilizan drones equipados con sensores de infrarrojos y láser, así como equipos de detección en tierra, para realizar inspecciones detalladas y localizar fugas más pequeñas en pozos, válvulas y compresores.

Una vez detectadas, muchas de estas fugas pueden repararse con intervenciones relativamente sencillas y de bajo coste, como el reemplazo de sellos o la reparación de válvulas defectuosas.

La IEA estima que alrededor del 70% de las emisiones de metano del sector del petróleo y el gas podrían reducirse con la tecnología existente, y casi la mitad de esa reducción podría lograrse sin ningún coste neto, ya que el valor del gas capturado compensaría la inversión.

El principal obstáculo no es tecnológico, sino la falta de una regulación estricta y de la voluntad política y económica para implementarla a escala global. Sin una presión regulatoria fuerte, muchas empresas carecen de incentivos para invertir en programas de detección y reparación.

Desafíos Históricos y Avances Tecnológicos

Obrero en el ocaso industrial

Históricamente, uno de los mayores inconvenientes del gas natural era su naturaleza gaseosa a temperatura y presión ambiente. Su baja densidad energética en comparación con los combustibles líquidos como el petróleo hacía que su transporte a largas distancias y su almacenamiento fueran logísticamente complejos y económicamente inviables.

Almacenar la misma cantidad de energía requería un volumen mucho mayor, lo que limitaba su uso a las regiones cercanas a los yacimientos de extracción que podían ser conectadas por gasoductos.

Este desafío fundamental frenó su desarrollo como una mercancía energética global durante décadas, manteniéndolo como un combustible de nicho o regional.

La Revolución del GNL y el GNC

El panorama cambió drásticamente con el desarrollo de dos tecnologías clave: la licuefacción y la compresión. Estas innovaciones permitieron superar el obstáculo de la baja densidad.

El Gas Natural Licuado (GNL) se obtiene enfriando el gas natural a aproximadamente -162 °C. A esta temperatura, se convierte en un líquido transparente e inodoro, reduciendo su volumen hasta 600 veces.

Esta drástica reducción de volumen permite transportarlo de manera eficiente en grandes buques metaneros especialmente diseñados, abriendo un mercado marítimo global para el gas natural.

Por otro lado, el Gas Natural Comprimido (GNC) se almacena a alta presión, generalmente entre 200 y 250 bares. Aunque su densidad no es tan alta como la del GNL, es una solución eficaz para el transporte por carretera y para su uso como combustible en vehículos.

Estas tecnologías transformaron al energia gas natural de un recurso local a una fuente de energía global, permitiendo a países sin reservas propias importarlo desde cualquier parte del mundo.

Infraestructura: La Columna Vertebral del Suministro

El desarrollo tecnológico vino acompañado de la construcción de una vasta y compleja infraestructura de transporte y almacenamiento. Esta red es la que hoy permite que el gas llegue desde los yacimientos hasta los consumidores finales.

La columna vertebral de esta infraestructura son los gasoductos, que transportan el gas a alta presión a través de continentes y bajo los mares. Países como España cuentan con una red capilar de más de 80.000 kilómetros que garantiza el suministro.

Junto a los gasoductos, las plantas de regasificación en los puertos son esenciales para el mercado de GNL. Estas instalaciones reciben los buques metaneros, almacenan el GNL en tanques criogénicos y lo devuelven a su estado gaseoso para inyectarlo en la red local.

Finalmente, los almacenamientos subterráneos, ubicados en antiguos yacimientos de gas o acuíferos salinos, juegan un papel estratégico. Permiten gestionar la demanda estacional, guardando gas en verano para usarlo en invierno, y actúan como reserva de seguridad energética.

Gracias a esta robusta infraestructura, el inconveniente histórico de la baja densidad se considera hoy en día un desafío superado.

El Gas Natural en la Transición Energética

Dentro del complejo debate sobre la descarbonización, el gas natural se ha posicionado como un combustible puente. Sus defensores argumentan que es un paso intermedio necesario para abandonar los combustibles más contaminantes, como el carbón, mientras se escala la capacidad de las energías renovables.

Esta visión se apoya en datos concretos: las centrales eléctricas de gas de ciclo combinado son mucho más eficientes y emiten entre un 50% y un 60% menos de CO2 que una central de carbón moderna para generar la misma cantidad de electricidad.

Además, producen cantidades insignificantes de óxidos de azufre y partículas finas, mejorando significativamente la calidad del aire a nivel local.

Un Respaldo para las Energías Renovables

Uno de los argumentos más sólidos a favor del gas natural es su capacidad para proporcionar estabilidad y flexibilidad a la red eléctrica. Las fuentes de energía renovable como la solar y la eólica son intermitentes por naturaleza: no producen energía si no hay sol o viento.

Esta intermitencia crea un desafío para los operadores de la red, que deben garantizar un suministro constante para satisfacer la demanda en todo momento. Aquí es donde entra en juego el energia de gas natural.

Las centrales de gas pueden arrancar y detenerse con relativa rapidez, mucho más que las centrales de carbón o nucleares. Esta capacidad de respuesta las convierte en un respaldo ideal para compensar las fluctuaciones de las renovables.

Cuando la producción eólica o solar disminuye, las centrales de gas pueden aumentar rápidamente su generación para evitar apagones, garantizando así la seguridad del suministro mientras se integran porcentajes cada vez mayores de energía limpia en el sistema.

Seguridad Energética y Reservas Globales

La disponibilidad de reservas es otro factor que apuntala el papel del gas natural. Las reservas probadas a nivel mundial son abundantes, con estimaciones que garantizan el consumo actual durante un periodo de entre 48 y 65 años.

Además, los avances en tecnologías de extracción, como la perforación horizontal y la fracturación hidráulica, han permitido acceder a vastos yacimientos de gas no convencional (shale gas) que antes eran inaccesibles.

Esta abundancia proporciona a muchos países una sensación de seguridad energética, reduciendo su dependencia de regiones geopolíticamente inestables para el suministro de petróleo. Para las naciones que buscan diversificar su matriz energética, el gas natural ofrece una fuente de energía fiable y de origen más diversificado.

Sin embargo, es precisamente esta actividad de explotación la que genera una profunda contradicción con los objetivos de sostenibilidad a largo plazo.

La Contradicción: Explotación vs. Sostenibilidad

La industria se impone a la naturaleza

A pesar de sus ventajas como combustible de transición, la continua dependencia y expansión de la infraestructura de gas natural presenta una contradicción fundamental con el objetivo de un futuro energético descarbonizado y sostenible.

El argumento de ser un puente se debilita cuando la construcción de ese puente implica inversiones masivas en infraestructuras (gasoductos, terminales de GNL, centrales eléctricas) que tienen una vida útil de 30 a 50 años.

Estas inversiones crean un efecto de bloqueo de carbono (carbon lock-in), que incentiva la quema de combustibles fósiles durante décadas, dificultando y encareciendo la transición hacia un sistema 100% renovable.

Cada euro invertido en nueva infraestructura de gas es un euro que no se destina al desarrollo de energías limpias, almacenamiento en baterías o mejora de la eficiencia energética, que son las soluciones verdaderamente compatibles con los objetivos climáticos.

El Alto Coste Ecológico de la Extracción

La explotación de nuevos yacimientos de gas natural, especialmente a través de métodos no convencionales como el fracking, conlleva un alto coste ecológico y medioambiental que va más allá de las emisiones de gases de efecto invernadero.

La fracturación hidráulica es un proceso intensivo en el uso de recursos. Requiere la inyección de enormes cantidades de agua, arena y un cóctel de productos químicos a alta presión en el subsuelo para liberar el gas atrapado en la roca.

Este proceso genera varios riesgos significativos. Existe la posibilidad de contaminación de acuíferos subterráneos si los productos químicos se filtran a través de fisuras en el pozo. Además, genera grandes volúmenes de aguas residuales tóxicas que deben ser tratadas y eliminadas de forma segura.

La actividad también ha sido vinculada a un aumento de la sismicidad inducida en algunas regiones, provocando pequeños terremotos. A esto se suma la fragmentación de ecosistemas, la contaminación acústica y el impacto en los paisajes locales.

Estas prácticas extractivas son intrínsecamente incompatibles con la preservación de la biodiversidad y la protección de los recursos hídricos, presentando una clara disonancia con la idea de un desarrollo sostenible.

Conclusión: Un Futuro Incierto y Decisiones Críticas

El gas natural se encuentra en una encrucijada. No es ni el villano absoluto que representa el carbón ni la solución definitiva que ofrecen las energías renovables. Su identidad es la de una tecnología dual, con beneficios claros a corto plazo pero con riesgos significativos para los objetivos climáticos a largo plazo.

Su capacidad para desplazar al carbón en la generación eléctrica y proporcionar un respaldo flexible a las energías renovables es innegable. Ha contribuido a reducir las emisiones de CO2 y a mejorar la calidad del aire en muchas regiones del mundo.

Sin embargo, esta narrativa positiva se ve empañada por el grave problema de las emisiones de metano. Sin una acción decidida y global para detectar y eliminar las fugas en toda la cadena de suministro, el beneficio climático del gas natural se evapora rápidamente.

La afirmación de que es un combustible puente debe ser examinada con cautela. Un puente, por definición, debe tener un final. El peligro reside en que las multimillonarias inversiones en nueva infraestructura de gas conviertan este puente en un destino, retrasando la necesaria transición hacia un sistema energético verdaderamente limpio.

El papel futuro del gas natural dependerá de decisiones políticas y regulatorias críticas. Su uso debe estar condicionado a la implementación obligatoria de las mejores tecnologías disponibles para minimizar las fugas de metano y a un plan claro y con plazos definidos para su eliminación progresiva.

En última instancia, el gas natural puede ser una herramienta útil, pero solo si se utiliza de forma estratégica, temporal y bajo una estricta supervisión. El objetivo final no puede ser otro que un sistema energético basado en la eficiencia, las energías renovables y las tecnologías de almacenamiento, el único camino compatible con un futuro climático seguro y sostenible.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Subir